miércoles, 30 de abril de 2008

ERASMO EN LA ENCRUCIJADA (3ª parte)


ERASMO EN LA ENCRUCIJADA (3ª parte)

1.1.3. La edad de oro en la percepción de los humanistas del siglo XVI.

Erasmo de Rótterdam (1469-1536) fue quizá el humanista que más anheló el regreso de una edad de oro. Ahora bien, su concepto de ese periodo dorado es algo distinto a lo que hemos visto hasta el momento. Erasmo introduce en su ideal de edad de oro dos de las piedras angulares de toda su doctrina: la concordia y la piedad cristianas. No es extraño, por tanto, que, dadas las preocupaciones religiosas del humanista holandés, se haya hablado de Humanismo cristiano para caracterizarle a él y a su escuela. Ambas, piedad y concordia, se constituyen como dos de los fundamentos en los que se basan la fe y la devoción propias de Erasmo: esa religión interior, no tan atenta a los ritos exteriores, impregnada de tolerancia, ecumenismo e irenismo, es decir, deseos de paz entre los pueblos. A través de dos testimonios bastantes reveladores (se podrían escoger otros), tendremos ocasión de comprobar las ideas apuntadas. Son dos epístolas, una dirigida a Capito, humanista, y otra al Papa León X (1513-1521). En 1517, el año en que Lutero puso sus tesis en el castillo-iglesia de Wittenberg, Erasmo, que por aquellos años se encontraba en la cumbre de su carrera, le escribió a su amigo Capito estas palabras:

Casi desearía ser joven otra vez, por ninguna razón sino por esta: te adelanto la cercana venida de una edad de oro, tan claramente como vemos la intención de los príncipes que, como si hubiesen sido inspirados, dedican todas sus energías a perseguir la paz.

Es paradójico que estas palabras, llenas de buena intención y de fe en el futuro pacífico de Europa, iban a verse desengañadas con las guerras de religión y con la fractura definitiva de la religiosidad occidental. Probablemente Erasmo se arrepintió de haber sido tan cándido como para pensar que los príncipes europeos se afanaban en buscar la paz, cuando los embajadores, espías y conspiradores pululaban de una corte a otra.


Por esas mismas fechas, Erasmo envió una carta a León X (el pontífice que promulgó la bula Exsurge Domine para la excomunión de Martín Lutero en 1520) donde le exponía lo que, según su parecer, constituían “las tres grandes bendiciones” de la humanidad: la verdadera piedad cristiana (pietas), que significa auténtica devoción y reverencia; el estudio o erudición, es decir, el aprendizaje y enseñanza de las ciencias y las letras, que Erasmo, con Poliziano, denomina humanitas, traducción del griego philantropia, y la concordia de la Cristiandad (Christianitatis concordia), sin duda el concepto clave en la perspectiva erasmiana, en lo que representa de armonía, orden, cosmos y origen de los otros dos (Véase Nota 1).

He aquí la exposición de los grandes bienes de la presunta nueva edad de oro hecha por Erasmo al Papa León X:

Me felicito por este nuestro tiempo –que parece convertirse en una edad de oro, si alguna vez la hubo–, porque según veo, al amparo de vuestros felices auspicios y gracias a vuestros santos consejos, tres de las principales bendiciones de la humanidad le han sido restauradas. Pues hablo, en primer lugar, de la verdadera piedad cristiana, que había ido declinando de muy diversas formas; en segundo lugar, de la educación en el mejor de los modos, en otro tiempo parcialmente despreciada y corrupta; en tercer lugar, de la pública y perpetua concordia entre la Cristiandad, la fuente de donde nacen las otras dos, la piedad y la erudición (Nota 2).

Qué pronto iba a desmentir la realidad la mayor parte de estas afirmaciones. Para 1520, como señalan algunos estudiosos (Nota 3), los sueños de unidad cristiana y de reforma común de la Iglesia habían sufrido una terrible quiebra de la que ya iba a ser muy difícil recuperarse. Cabe señalar, volviendo a otro sueño, al ideal de Erasmo, que su edad de oro introducía elementos religiosos que en modo alguno se registran en los testimonios conservados, algunos de los cuales hemos podido leer. Esta es su gran aportación al ideal del que venimos hablando, la reforma de la Cristiandad mediante la pietas, la humanitas y la concordia, algo que más semejaban deseos de Erasmo que realidades.

Para cerrar este apartado, sólo nos queda por ver la versión poética del mito que venimos tratando y, aunque los testimonios documentales podrían ser muchos, hemos elegido el coro del acto primero de la L’Aminta de Torquato Tasso (1544-1595). Esta obra fue compuesta entre 1572 y 1573, prácticamente cuando termina el periodo que estamos analizando. Se trata de una expresión de la edad de oro llena de epicureísmo y gozo de vivir, realmente inspirada en los clásicos grecolatinos: un auténtico canto a la Naturaleza y a la libertad del hombre, cuyo lema final (s’ei piace, ei lice: si deleita, se permite) bien podría ser una de las divisas del Renacimiento, muy en el estilo de los cantos carnavalescos de Lorenzo de Médicis:


Oh, hermosa edad de oro,

no ya porque de leche

el río fluyera repleto, y destilase miel el bosque;

no porque los frutos

del árbol, intacto el arado,

nacieran de la tierra, [...]

sino porque una primavera eterna

ahora se enciende y reluce

con risas de luz y cielo sereno; [...]

sino porque sólo aquel vano,

nombre sin sujeto,

aquel ídolo de errores, ídolo de engaño,

aquel a quien el vulgo insano

rendía sus honores,

que por nuestra natura fue tirano,

no mezclaba su afán

entre las alegres dulzuras, [...]

ni fue su dura ley

conocida del alma avezada en libertades;

sino la ley áurea y feliz

que esculpió Naturaleza: si deleita, se permite (Nota 4).


Aparte de los retoricismos y maneras barrocas de la poesía de Tasso, lo más destacable de este fragmento es la relación establecida entre la edad de oro y la naturaleza. En efecto, desde los primeros críticos del Renacimiento, se acentuó la importancia de la naturaleza en la percepción del hombre hacia el exterior.


El sentimiento de la naturaleza, su mejor conocimiento y el del propio ser humano se constituyen, según los críticos de esta época, en esa conciencia general y colectiva, por encima de los individuos, que Russell denomina forma mentis.

Hemos podido observar el modo en que fue evolucionando y desarrollándose este ideal: desde la mera ensoñación de una Roma renacida en tiempos de Carlomagno hasta la casi realización del ideal con Erasmo y sus sucesores, para llegar al ocaso de ese sueño con la ruptura de fe en la Cristiandad y con la pujanza bélica de las nuevas naciones. Hemos meditado sobre ese camino, aunque hubiéramos podido trazar otras rutas, pues era una senda clara por la que transitar. Una senda que concluye con la visión desengañada e irónica de Cervantes y su inmortal Don Quijote, cuando el ingenioso hidalgo, ante la pobreza y humildad hospitalaria de unos cabreros, recoge del suelo unas bellotas doradas como la edad de sus sueños y exclama: ‘Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados...' (5)

Lástima que aquel optimismo renacentista se diluiría en el pesimismo barroco que con tanta amargura supo pintar nuestro Quevedo.


[Continuará...]


NOTAS:

1. Roland H. BAINTON, Erasmus of Christendom, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1969, en concreto pp. 41-43, 113-114, donde el biógrafo desarrolla con cierta extensión los conceptos expuestos.

2. The Portable Renaissance Reader, op. cit., p. 80. Los editores toman la carta de The Epistles of Erasmus, F. M. Nichols (ed.), ep. 522 y 530, Londres, Longmans Green & Co., 1901, pero, sin duda, es conveniente consultar la edición de P. S. Allen que, por ser más completa, utilizamos infra. Sobre la carta de Erasmo a León X, vid. Wallace K. FERGUSON, The Renaissance in Historical Thought. Five Centuries of Interpretation, Cambridge Massachussets, Houghton Mifflin Company, 1948, p. 44.

3. Massimo FIRPO, Il problema della toleranza religiosa nell’età moderna, dalla riforma protestante a Locke, Turín, Loescher, 1978, señala (p. 28) que, con la quema de la bula papal de excomunión junto a textos canonísticos, en la plaza de Wittenberg “nell’autunno del 1520, la frattura della cristianità può dirsi sostanzialmente compiuta”.

4. Edición de Angelo Solerti (ed.), introd. Andrea Gareffi, Roma, Vecchiarelli, 1992, pp. 202-204, Coro, acto primero, vv. 1-6, 9-11, 14-21, 23-26. El original italiano es: O bella età de l’oro, / non già perché di latte / se’n corse il fiume, e stillò mèle il bosco; / non perché di frutti loro / dièr da l’aratro intatte / le terre [...] / ma in primavera eterna, / ch’ora s’accende e verna, / rise di luce e di sereno il ciel;,[...] / ma sol perché quel vano, / nome senza so ggetto, / quell’idolo d’errori, idol d’inganno, / quel che da’l volgo insano / onor poscia fu detto, / che di nostra natura il feo tiranno, / non mischiava el suo affanno / fra le liete dolcezze [...] / né fu sua dura legge / nota a quell’alme in libertate avvezze; / ma legge aurea e felice / che Natura scolpí: S’ei piace, ei lice.

5. En Don Quijote de la Mancha, I, cap. XI, p. 121, Francisco Rico (coord.), Barcelona, Crítica, 1998.

3 comentarios:

Don Cogito dijo...

Jó que nivel maribel...
Por supuesto lo pongo en favoritos

Fran Capitán dijo...

Gracias don cogito. Vd. es mi favorito. Nos leemos. Nos comunicamos.

Anónimo dijo...

Thanks for an idea, you sparked at thought from a angle I hadn’t given thoguht to yet. Now lets see if I can do something with it.

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