miércoles, 30 de abril de 2008

ERASMO EN LA ENCRUCIJADA (1ª parte)

ERASMO EN LA ENCRUCIJADA
ENTRE
HUMANISMO Y REFORMA (1ª parte)


En 2001 escribí mi tesina sobre un humanista portugués del que ya os he hablado: Damián de Góis. Hoy quiero ofreceros un breve resumen de esa tesina, por si os interesara el tema. Creo que merece la pena que lo leáis, sobre todo si os gusta la historia europea del siglo XVI. Lo iré publicando poco a poco. Podéis hacer los comentarios que deseéis. Bien sé que todo esto casi nada tiene que ver con la actualidad española actual, ni con las novelas policiales, pero... Perdonad mi egocentrismo. Otro día hablaremos del Gobierno, o desgobierno, de la Nación, o del Reino de España.


ERASMO EN LA ENCRUCIJADA (1)


1.1. DELIMITACIÓN DEL CONTEXTO HISTÓRICO (1450-1575):

1.1.1. El fin de una civilización y el nacimiento de un ideal. Nuevos horizontes.


El 13 de julio de 1453 el Cardenal Juan Bessarion (1395/1403-1472) (véase la Nota 1) daba cuenta a Francesco Foscari, dogo de Venecia, de su enorme pesar por la caída de Constantinopla, ocurrida el 29 de mayo de ese año, y refería su tristeza con estas palabras:

Muy ilustre y excelente príncipe: He aguardado a este día para encomendar a su alteza mi infeliz y desventurada ciudad de Constantinopla [...]. Una ciudad que fue tan floreciente, con un imperio tan grande [...], tan próspera, verdadera cabeza de toda Grecia [...], escuela de las bellas artes, refugio de todas las cosas buenas, ha sido ahora capturada, despojada, destrozada y completamente saqueada por los bárbaros más inhumanos y los enemigos más feroces de la fe cristiana (la traducción es nuestra) (Nota 2).

El Cardenal Bessarion, al mismo tiempo que se lamentaba por tamaña pérdida con un auténtico elogio de Constantinopla y de la cultura griega, estaba relatando el fin no sólo de una metrópoli, sino de toda una civilización en declive desde hacía mucho tiempo. Sin saberlo, nos legaba el testimonio de la muerte de un mundo caduco y el nacimiento de un ideal heredado de los clásicos y revitalizado por los hombres modernos (Nota 3).


No es de extrañar que el sucesor de Nicolás V y Calixto III (1455-1458), Eneas Silvio Piccolomini (1405-1464), futuro Papa Pío II (1458-1464), en carta de 1454, cuando aún no era Sumo Pontífice, dirigida a Leonardo di Bentivoglio, hiciese estas críticas observaciones:

La Cristiandad no posee una cabeza a la que todos quieran obedecer. Ni siquiera la del Papa, ni la del Emperador. No hay ninguna reverencia, ni obediencia. Así que vemos “Papa” y “Emperador” sólo como títulos ficticios y poderes figurados. Cada ciudad posee su propio rey y hay tantos príncipes como casas reales (Nota 4).

Luego se pregunta de qué forma se puede persuadir a los príncipes del mundo cristiano de la conveniencia de tomar las armas bajo una misma bandera. En tan breve fragmento son significativos varios aspectos: la aún existente denominación de Cristiandad (Christianitas; véase la Nota 5), en vez de Europa, se mantendría durante muchos años como lugar común al lado de otras como república cristiana, etc; la falta de un poder aglutinante que, sin restar iniciativa o autonomía a los reinos cristianos, acometiese una empresa gigantesca y, para entonces, trasnochada; la valoración puramente nominal y casi ficticia de los títulos de Papa y Emperador (véase la Nota 6), sin demasiada trascendencia efectiva; por último, la variedad y número de casas reales y señoríos que albergaba cada ciudad y cada país.

[CONTINUARÁ...]


NOTAS



1. Sobre el Cardenal Bessarion, su labor de difusión de la cultura griega, su biblioteca (origen de la famosa Biblioteca Marciana de Venecia) y sobre su relación con España, vid. Ángel GÓMEZ MORENO, España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid, Gredos, 1994, pp. 44, 50 n., 70, 71, 89, 231 y 334. Para su Oratio ad principes Italia de periculis imminentibus, traducido al italiano por Ludovico Carbone como Oratione a tutti gli signori d’Italia confrontandogli a pigliar guerra contro il Turcho (Venecia, 1471), además de GÓMEZ MORENO, vid. Introducción al humanismo renacentista, Jill Kraye (ed.), Cambridge, Cambridge University Press, 1998, en especial las pp. 166 y 167.

2. The Portable Renaissance Reader, James Bruce Ross-Mary Martin McLaughlin (eds.), Nueva York, The Viking Press, 1953, pp. 70-71. He utilizado esta antología, con textos de verdadero interés, por el difícil acceso a las ediciones originales. Mientras no se señale lo contrario, las traducciones al español son de nuestra responsabilidad.

3. GÓMEZ MORENO, op. cit., pp. 24 y 25, en especial la referencia al artículo de François Masai. En el próximo apartado trataremos sobre los conceptos de Humanismo y Renacimiento.

4. GiLMORE, op. cit.., p. 5. También en The Portable Renaissance Reader, op. cit., p. 75. El texto procede de E. Silvio Piccolomini, Opera Omnia, Basilea, 1571, p. 656. Damos el fragmento de la carta original: Christianitas nullum habet caput, cui parere omnes velint. Neque summo sacerdoti, neque Imperatori quæ sua sunt dantur. Nulla reverentia, nulla obedientia est. Tanquam ficta nomina, picta capita sint, ita Papam Imperatoremque rescipimus. Suum quæque civitas Regem habet. Tot sunt principes quot domus. SYMONDS, op. cit., vol. 1, p. 313, pone en evidencia que Eneas Silvio Piccolomini “was the mirror of his time –a humanist and stylist...”

5. Como destaca John Rigby HALE, Renaissance Europe. Individual and society, 1480-1520, Nueva York, Harper & Row Publishers, 1971, p. 101, aunque también subraya su vitalidad por varias razones: “Christendom as a notion was a commonplace, but in the main it was kept alive by two elements well removed from practical politics: nostalgia [sic] for the days of the crusader [...] and the individual’s hope that he could cancel out his sins by contributing to the recapture of the holy places...” A pesar de lo cual, juzgamos, igual que Eneas Silvio, que la Cristiandad era una entidad tan nominal como los títulos de Papa o Emperador, sin un verdadero poder de convocatoria, como pudo comprobarse por el éxito de la pretendida cruzada contra los turcos.

6. No olvidemos las polémicas entre Papa y Emperador, entre el Papado y el Imperio, para el que Dante creó el neologismo “Imperiatus” en su De Monarchia (lib. III, XIss). Por otra parte, la afirmación de los incipientes espíritus nacionales suponía una merma en el poder de influencia de ambas instituciones, como destaca con acierto V. H. H. GREEN, Renaissance and Reformation. A Survey of European History between 1450 and 1660, Londres, Edward Arnold Publishers, 19642, pp. 18 y 25.

También Walter ULLMANN, Radici del Rinascimento, Roma-Bari, Laterza, 1980, p. 174, apunta: “Con lo stesso colpo di pennello Dante ‘demondanizò’ la Chiesa come unica realtà universale. Al papatus corrispondive l’imperiatus, un termine nuovo, e finora non trovato altrove, che meteva in chiara evidenza il principio della bipolarità”.

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