miércoles, 30 de diciembre de 2009

SS VAN DINE, PHILO VANCE y "Las 20 reglas para escribir una Novela Negra"

Las 20 Reglas para escribir una Novela Negra, o Policiaca (Casi Perfecta), según el gran S.S. VAN DINE (o Willard Huntington Wright):

En septiembre de 1928... S. S. Van Dine, el creador del detective Philo Vance, publicó en la "American Magazine" estas 20 reglas que creía ineludibles y estimulantes a la hora de escribir un relato policial. 

Ahí van, por si queréis que las comentemos: "El relato policiaco es una especie de juego intelectual Es más, llega a ser un acontecimiento deportivo. Y para escribir historias policíacas hay unas leyes muy definidas, quizá no escritas, pero obligatorias; y cualquier maquinador de misterios literarios que se precie trabaja sobre esta base.

Lo que aquí sigue es una especie de credo, basado en parte en la práctica de todos los grandes escritores de historias policíacas, y en parte en los impulsos de la honrada conciencia del autor. 

A saber: -1. El lector ha de tener iguales oportunidades que el detective para resolver el misterio. Todas las pistas deben ser completamente mostradas y descritas. 

-2. No se debe hacer caer al lector en ninguna trampa o despiste que no sean los legítimamente puestos por el criminal al propio detective. 

-3. No debe haber intriga amorosa. El asunto es llevar al criminal a manos de la justicia, no llevar a una enamorada pareja al altar del himeneo, o cuestión amatoria. 

-4. Ni el detective, ni ninguno de los investigadores oficiales, podrá nunca revelarse como culpable. Es una truculencia de mal gusto, como ofrecerle a alguien un penique brillante a cambio de una moneda de oro de cinco dólares. Es una pretenciosidad falsa.

-5. El culpable debe ser determinado por deducción lógica, no por accidente, coincidencia, o confesión sin motivos. Resolver un problema criminal de esta manera es como llevar al lector de caza y, después de una fatigosa marcha, decirle que tenías la pieza que buscaba todo el rato en tu manga. Un autor así no es mejor que un prestidigitador aficionado.
 
-6. La novela policíaca debe tener un detective, y un detective no es un detective hasta que detecta algo. Su función es reunir pistas que deben conducir hasta la persona que hizo el trabajo sucio en el primer capítulo; y si el detective no llega a su conclusión a través de un análisis de estas pistas, no habrá resuelto su problema mejor que el escolar que saca su respuesta sin demostrar el desarrollo aritmético...

-7. En una novela policíaca tiene que haber un cadáver, y cuanto más muerto esté el cadáver, mejor. Ningún delito menor que el asesinato será suficiente. Trescientas páginas son demasiadas para cualquier otro delito que no sea un asesinato. Después de todo, el tiempo del lector y el gasto de energía deben ser recompensados.

 -8. El problema del crimen debe ser resuelto con medios estrictamente racionales. Métodos para conocer la verdad como cábalas, lectura del pensamiento, sesiones espiritistas, bolas de cristal y cosas por el estilo, están prohibidos. El lector tiene una oportunidad cuando confronta su ingenio con el de un detective racionalista, pero si debe competir con el mundo de los espíritus y hacer persecuciones por la cuarta dimensión o las metafísicas, está derrotado ab initio. 

-9. No debe haber más que un detective, esto es, un protagonista de la deducción, un deus ex machina. Juntar las mentes de tres o cuatro, o a veces una banda de detectives, para resolver un problema» no es sólo dispersar el interés y romper el rastro directo de la lógica, sino adquirir una ventaja nada limpia sobre el lector. Si hay más de un detective, el lector no sabe quién es su conductor. Es como hacer al lector correr una carrera contra un equipo de relevos. 

-10. El culpable debe ser una persona que ha formado parte más o menos importante de la historia, esto es, una persona con la que el lector está familiarizado y en la que encuentra un interés. 

-11. Un sirviente no debe ser escogido por el autor como culpable. Es una solución demasiado fácil. El culpable debe ser decididamente una persona de importancia, alguien que normalmente no caería bajo sospecha. 

-12. Debe haber un solo culpable, sin importar el número de crímenes que se cometan. El culpable puede, por supuesto, tener un cómplice o ayudante secundario, pero el peso importante debe reposar sobre un solo par de hombros: la indignación del lector debe ser concentrada sobre una única naturaleza negra. 

-13. Las sociedades secretas, mafias, et al, no tienen sitio en una historia policíaca. Un asesinato fascinante y realmente hermoso es arruinado irremediablemente por cualquier culpabilidad compartida. En una novela policíaca, al asesino se le debe tratar con deportividad; pero es ir demasiado lejos proporcionarle una sociedad secreta en la que se pueda refugiar. Ningún criminal con clase que se respete aceptaría tales ventajas. 

-14. El método del asesinato, y los medios para detectarlo, deben ser racionales y científicos. Esto es, la seudociencia y los instrumentos puramente imaginativos y especulativos no han de ser tolerados en el román policier. En el momento en que un autor incurre en los terrenos de la fantasía a la manera de Julio Verne, se aparta de los caminos de la acción policíaca, adentrándose en los vastos dominios de la aventura. 

-15. La verdad debe estar continuamente a la vista, para que la astucia del lector pueda llegar a detectarla. Con esto quiero decir que si el lector, después de conocer la explicación del crimen, vuelve a leer el libro, verá que la solución estaba, en cierto sentido, delante de sus ojos, que todas las pistas señalaban realmente al culpable, y que, si hubiera sido tan listo como el detective, podría haber resuelto el misterio por sí solo sin tener que llegar al último capítulo. No hace falta decir que el lector inteligente resuelve a menudo el problema. 

-16. Una novela policíaca no debe contener largos pasajes descriptivos, ni profusión de adornos literarios, ni trabajados análisis de caracteres, ni preocupaciones «atmosféricas». Estas cosas no tienen lugar en un relato de crimen y deducción. Entorpecen la acción e introducen aspectos irrelevantes para el propósito principal, que es presentar un problema, analizarlo y ¡levarlo con éxito a una conclusión. Para estar seguros, debe haber las descripciones y dibujo de personajes justos para darle a la novela una verosimilitud. 

-17. Un delincuente profesional nunca debe cargar con la culpa en una novela policíaca. Los crímenes cometidos por ladrones y bandidos son asunto de los departamentos de policía, no de los autores y brillantes detectives aficionados. Un crimen realmente fascinante es el cometido por un sacerdote o un caballero famoso por sus actos de caridad. 

-18. En una novela policíaca, el crimen no debe resultar nunca un accidente o un suicidio. Finalizar la odisea de una investigación con tal anticlímax es burlarse de la confianza del lector.

-19. Los móviles de todos los crímenes en las novelas policíacas deben ser personales. Los complots internacionales y las políticas de guerra pertenecen a una categoría diferente de ficción -a las historias de espionaje, por ejemplo-. Pero una historia criminal debe mantenerse en la esfera de lo cotidiano, debe reflejar las experiencias habituales del lector, y darle una cierta salida a sus propios deseos y emociones reprimidos.

-...y 20. Y (para darle a mi credo unas puntualizaciones finales) incluyo una lista de algunos trucos en los que ningún escritor de historias policíacas que se precie se permitirá caer. Han sido empleados y resultan familiares a todos los verdaderos amantes de la literatura criminal. Usarlos es una confesión de ineptitud y falta de originalidad por parte del autor: a) Determinar la identidad del culpable comparando la colilla dejada en el lugar del crimen con la marca fumada por un sospechoso. b) La falsa sesión espiritista para asustar al culpable y forzar su confesión, c) Falsas huellas dactilares,d) La coartada de la figura simulada, e) El perro que no ladra y con ello revela el hecho de que el asesino es familiar, f) La acusación final contra un gemelo o un pariente que se parece exactamente a la persona sospechosa, pero inocente, g) La jeringa hipodérmica con droga somnífera, h) El crimen en una habitación cerrada por dentro, i) El test de asociación de palabras para descubrir al culpable,j) La carta en clave que es desentrañada por el detective.

Espero vuestros sabios comentarios. Volveremos a hablar de Philo Vance, de S. S. Van Dine y de lo que gustéis. 

FELIZ NOCHEVIEJA! FELIZ 2010...!

BUENAS NOCHES PARA EL AÑO NUEVO!

Que paséis una noche familiar, acogedora y llena de amor.

martes, 15 de diciembre de 2009

De poeta a poeta (Para Arantxa Jones)

Con todo mi cariño,
a mi amiga ARANTXA JONES

A Hilaire Belloc


Dios hizo las estrellas especialmente
Para cada diminuto pueblo o lugar;
Extasiados, los bebés las miran
Y las ven enredadas en un árbol;
Desde los Downs de Sussex, una Luna viste,
Una Luna de Sussex que no viaja todavía.
Yo vi una Luna ciudadana,
La farola más grande en Campden Hill.


Sí, en su casa el cielo está por doquier,
La gran bóveda azul que siempre se ajusta,
Y así sucede (no te inquietes; ya llegan a su meta,
Por fin, mis divagaciones),
Y lo mismo ocurre con todo lo heroico,
Que no se acabará con el fin del mundo
Y aunque se agiten las tétricas máquinas,
No te asustes demasiado, amigo mío.


Esto no acabó ante la urna de Nelson,
Donde se asienta una Inglaterra inmortal,
Ni cuando los altos jóvenes, uno a uno,
Bebieron la muerte, cual vino, en Austerlitz.
Tampoco cuando los pedantes nos pidieron una señal
De los fríos y mecánicos acontecimientos
Por venir; en la oscuridad, nuestras almas dijeron,
"Quizá, pero hay cosas más probables".


Es más probable que en estos prados lejanos,
En esos llanos libres y ondulados
Los tambores toquen un vals de guerra
Y la Muerte baile con la Libertad;
Es más probable que se levanten barricadas
Con la muerte por debajo y el humo por encima,
Y la Muerte, el Odio y el Infierno declaren
Que los hombres han encontrado algo para amar.


Lejos de tus montañas soleadas
Vi el sueño, las calles que pisé
Las calles rectas y claras que se unen
Las calles estrelladas que apuntan a Dios.
La leyenda de una hora épica
Un niño que soñé y que sueño aún,
Bajo una gris e inmensa torre de agua
Que enciende las estrellas en Campden Hill.


To Hilaire Belloc



For every tiny town or place
God made the stars especially;
Babies look up with owlish face
And see them tangled in a tree;
You saw a moon from Sussex Downs,
A Sussex moon, untravelled still,
I saw a moon that was the town's,
The largest lamp on Campden Hill.


Yea; Heaven is everywhere at home
The big blue cap that always fits,
And so it is (be calm; they come
To goal at last, my wandering wits),
So is it with the heroic thing;
This shall not end for the world's end
And though the sullen engines swing,
Be you not much afraid, my friend.


This did not end by Nelson's urn
Where an immortal England sits—
Nor where your tall young men in turn
Drank death like wine at Austerlitz.
And when the pedants bade us mark
What cold mechanic happenings
Must come; our souls said in the dark,
"Belike; but there are likelier things".


Likelier across these flats afar
These sulky levels smooth and free
The drums shall crash a waltz of war
And Death shall dance with Liberty;
Likelier the barricades shall blare
Slaughter below and smoke above,
And death and hate and hell declare
That men have found a thing to love.


Far from your sunny uplands se
I saw the dream; the streets I trod
The lit straight streets shot out and met
The starry streets that point to God.
This legend of an epic hour
A child I dreamed, and dream it still,
Under the great grey water-tower
That strikes the stars on Campden Hill.

Gilbert Keith CHESTERTON (1874-1936).





Extraído de la página POEMAS EN INGLÉS
http://poemaseningles.blogspot.com/2006/02/gilbert-k-chesterton-to-hilaire-belloc.html

ALGUNAS NOVELAS POLICIALES (3...)


CRONOLOGÍA DE ALGUNAS NOVELAS POLICIALES
Seriamente recomendables

Autores de la I a la Q


ILES, Francis (o sea, Anthony BERKELEY COX)

Sospecha, 1932.

INNES, Michael,

¡Hamlet, venganza!, 1937.
La torre y la muerte, 1938.
Muerte en la rectoría, 1936.

LEROUX, Gaston,

El misterio del cuarto amarillo, 1907.

LOWNDES, Marie Belloc,

Un huésped excéntrico, 1913.

MANKELL, Hennig,

La serie del Inspector Kurt Wallander, años 90, hasta 2009, en particular Los perros de Riga y Asesinos sin rostro, aunque son buenas casi todas.

MASSON, A. E. W.,

El misterio de Villa Rosa, 1910.

ORCZY, Baronesa,

El viejo en el rincón, 1909.

POE, Edgar Allan,

Los crímenes de la Rue Morgue (los tres casos de Dupín y algún cuento más, de corte policial, como The Man in the Crowd).

QUEEN, Ellery,

El misterio del sombrero de copa, 1929.
La Tragedia de X, 1932.
La Tragedia de Y, 1932.
La Tragedia de Z, 1933.
El último caso de Drury Lane, 1933.
Las nuevas aventuras de Ellery Queen, 1942.



sábado, 12 de diciembre de 2009

A Rictus, desde mi San Quintín...







CRONOLOGÍA DE ALGUNAS NOVELAS POLICIALES (2). Dedicada al amigo RICTUS MORTE, con todo aprecio.

Autores de la D a la H

DOYLE, Sir Arthur Conan,

Aventuras de Sherlock Holmes, 1891-92.
Memorias de Sherlock Holmes, 1893.
El Sabueso de los Baskerville, 1902.
El regreso de Sherlock Holmes, 1903.

DÜRRENMACHT, Friedrich,

El juez y su víctima, 1954.

FAULKNER, William.

Gambito de caballo, 1949.

FREEMAN, R. Austin.

Los casos del Dr. Thondyke, 1909.

FUTRELLE, Jacques.

La Máquina Pensante, 1907.

GABORIAU, Émile.

El caso Lerouge, 1863.

GARDNER, Erle Stanley.

El caso del gato del portero, 1935.
El caso del fantasma atractivo, 1955.

GREENE, Graham.

El tercer hombre, 1950.

HAMMETT, Dashiell

Cosecha roja, 1921.
La maldición de los Dain, 1921.
El halcón maltés, 1930.
La llave de cristal, 1931.
El hombre delgado, 1934.

HIGHSMITH, Patricia.

Extraños en un tren, 1949.
El cuchillo, 1954.
El talentoso señor Ripley, 1955.

SE PUEDEN AÑADIR MUCHAS MÁS. 

Si se os ocurre alguna, decídmelo. Seguiré otro día, con las letras que faltan en este 'Alfabeto del Crimen y la novela policial...'

Que Dios os bendiga y la Virgen os guarde de todo mal.

Pasad un feliz domingo, Día del Señor.

ALGUNAS NOVELAS POLICIALES

CRONOLOGÍA DE ALGUNAS NOVELAS POLICIALES

Autores de la A a la CH

AMBLER, Eric

La máscara de Dimitrios, 1939.

BENTLEY, Edmund C.

El último caso de Trent, 1913.

BERKELEY, Anthony,

El caso de los bombones envenenados, 1929.

BIGGERS, Earl Derr,

La casa sin llaves, 1925.

BLAKE, Nicholas

La bestia debe morir, 1938.

BRAMAH, Ernst,

Max Carrados, 1914, 23, 27.

CAIN, James M.

El cartero siempre llama dos veces, 1934.
Pacto de sangre, 1936.

CARR, John Dickson,

El hombre hueco, 1935.
La tabaquera del emperador, 1942.

CHANDLER, Raymond

El sueño eterno, 1939.
La dama del lago, 1943.

CHASE, James H.

El secuestro de Miss Blandish, 1939.

CHESTERTON, Gilbert K.

El candor del padre Brown, 1911.

CHRISTIE, Agatha,

Poirot investiga, 1924.
El asesinato de Roger Acroyd, 1926.
Asesinato en el Orient Express, 1934.
Los crímenes de ABC, 1936.
Muerte en el Nilo, 1937.
Diez negritos, 1939.
Cinco cerditos, 1942.

COLLINS, Wilkie

La piedra lunar, 1868.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (y 8)

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LA AVENTURA
DEL DIAMANTE PEDRUSKOW 
(y VIII) 
[Dedicado a Sir Lance]

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XV
Todos los llamados a la lectura del testamento del lord llegaron de manera muy cumplida y puntual. Cuando se huele el dinero, los buitres acuden como a la carroña. Además de los invitados (Artemio Moresby-Jones, el sobrino del lord; el doctor Hopkins; el abogado y albacea del lord, señor Wardroper) y del servicio doméstico (la cocinera y ama de llaves, señora Hutchinson; el mozo Tim Timson, el mayordomo…), estábamos Holmes, Lestrade, varios agentes de la policía local y servidor de ustedes, yo mismo.
Con voz pomposa y modales elegantes, el abogado Wardroper, tras haber roto el lacre del testamento, dio lectura al mismo:

“Yo, Godofredo Ataulfo Remigio Atanagildo de Todos los Santos Moresby Passington, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, dicto esta mi última voluntad y testamento, en Surrey, a 10 de febrero de 18… Comoquiera que mi único pariente vivo es el señor Artemio Moresby-Jones, a él le lego la posesión de mi finca, Moresby Mansion, y sus terrenos colindantes; a mi buen amigo, el doctor Hopkins, le lego mi colección de mariposas; al letrado señor Basilio Wardroper, le dejo mi colección de sellos y un anillo que perteneció a la Emperatriz de Lavapiés; a mi fiel mayordomo, le lego la vajilla inglesa que tanto le gusta limpiar; a mi querida ama de llaves y estupenda cocinera (cómo echaré en falta en el más allá tu sopa de cebolla con torreznos), la señora Hutchinson, le dono una pensión vitalicia de 1.000 libras, hasta que fallezca; a Tim Timson, un cheque por valor de 500 libras, por sus servicios; al resto de mi servidumbre, un premio de 300 libras para cada uno. Y el grueso de mi fortuna, que incluye el diamante Pedruskow y algunas otras joyas y pinturas de cierto valor, por todo lo que sume, dispongo que se venda, se haga dinero y se done a las Hermanitas de la Caridad del Convento de Santa Brígida, del condado de Surrey. Esta es mi voluntad y pido que se cumpla de manera fiel y escrupulosa. De todos guardo un buen recuerdo. Hasta siempre, amigos”.

Era digna de verse la cara de rabia de Artemio Moresby, al saberse privado de la fortuna de su tío, ya sin remedio. Y las de los otros, que todavía aspiraban a alguna de las migajas del lord, tampoco eran caras de buenos amigos.
Holmes me susurró al oído: “La señora Hutchinson debía de ser amante del lord, porque, si no, no se explica esa generosidad con ella y la roñosa muestra de cariño con los demás. Ay, esa sopa de cebolla…” Por mi parte, le susurré: “Este lord, además, me parece debía ser muy católico, por el largo beneficio que le ha dejado a la Iglesia”. Holmes me miró a los ojos y bisbiseó: “Nones, Watson. Recuerde que el lord cambió el testamento. Seguramente, en la redacción previa, le legaba todo a su sobrino, pero algo debió hacerle cambiar de idea…” Lestrade nos miraba con una leve sonrisilla en el rostro.
-Secretitos de novios, eh. Pues va siendo hora de que dé usted un paso al frente, amigo Holmes. Aproveche que está aquí todo el personal para atizarles su solución, como quien pulveriza un matojo de hierbajos. Sepa usted que me parece que esta vez se va a pisar los faldones del traje, porque yo también tengo mi solución…
-Expóngala usted primero, amigo.
-Le cedo el turno. Soy así de generoso.
-Ya. Usted lo que quiere es apuntarse el tanto y llevarse la recompensa por la recuperación del diamante.
-¿Vamos a medias? –preguntó Lestrade, en tono lastimero.
-A tercias. No se olvide del buen doctor Watson.
Lestrade aceptó a regañadientes. Holmes se levantó y con voz de trueno convocó la atención de los circunstantes. Iba a empezar a exponer su solución del caso. Todos se acomodaron y guardaron un nervioso silencio.

XVI
“Damas y caballeros, voy a exponerles la solución al misterio del asesinato de Lord Moresby y de la desaparación del diamante Pedruskow. Para todos es evidente que los sospechosos principales son Artemio Moresby, sobrino del lord; el doctor Hopkins, su médico personal y el señor Wardroper, su abogado y albacea testamentario. Los tres subieron a la habitación del lord pero es igual de evidente que ninguno, salvo el doctor, pudo asesinar a lord Moresby sin presencia de testigos. Hubo un momento en que el buen doctor se quedó solo con su paciente y bien pudo asestarle las puñaladas pero, además de que no tenía ningún motivo para asesinar al lord, en los interrogatorios nos aseguró, por su honor de caballero (y lo recalcó mucho), que lord Moresby estaba vivo cuando él se marchó del cuarto en compañía del sobrino y el abogado. Pudo mentirnos, pero yo sé que no lo hizo. Quien tenía los motivos más poderosos era el sr. Artemio Moresby-Jones, que está endeudado hasta las cejas y espera la herencia como agua de mayo. Pero éste no tuvo la oportunidad, pues siempre hubo alguien presente cuando vio a su tío. Lo mismo ocurre con el abogado Wardroper, cuyo motivo era hacerse con la posesión del diamante, pero tampoco tuvo oportunidad. La sra. Hutchinson tampoco tenía motivos conocidos, y aunque pudo envenenar el té, no hubiera podido apuñalar al lord, como nos confirmó Lestrade al decir que no había traspasado el umbral de su cuarto. Esa fue la primera clave para mí: estaba claro que el asesino tenía que ser, forzosamente, uno de los tres sospechosos, pero ¿quién? Me llamó la atención que todo ocurriese tan ordenadamente, con los tiempos tan medidos, es decir, como si obedeciera a un plan preconcebido. Tras hacer los interrogatorios, esa suposición cobró fuerza y se vio confirmada por dos hallazgos muy relevantes: el pañuelo con gotas de tintura rosada que encontramos en el maletín del doctor y el bote con el té especial para lord Moresby-Passington. En suma, todos asistieron a una suerte de representación teatral con el objeto de engañarles y hacerles creer que el lord estaba muerto cuando lo encontró la señora Hutchinson, cuando la verdad es que fue asesinado después. Me entenderán mejor con un resumen de la secuencia de los hechos tal y como ocurrieron:

1) Antes de ejecutar el crimen, alguien introdujo una sustancia en el bote de té del lord para que éste, al tomarlo, tuviera dolores de estómago y hubiera que llamar al médico. Por eso él susurró “Té con limón…”. No estaba pidiendo otro té; lo que hacía, en realidad, era manifestar que el té que le habían servido era responsable de sus dolores;

2) El sobrino, el abogado y el doctor subieron a ver al lord, con varias intenciones: aparentemente, para calmarle, llevarle el testamento y la caja con el diamante Pedruskow, pero también para preparar los pormenores del caso, esto es, del ‘lordicidio’: en esos instantes ninguno de los tres, por separado, pudo cometer el crimen sin ser visto por los otros; 

3) Dejaron al lord bajo llave: en ese momento ya se había cometido un crimen: el robo del diamante; como el lord estaba seminconsciente, uno de los tres, posiblemente el señor abogado, aprovechó para sustraer el diamante, y esconderlo; luego volveré a tratar del diamante, que siempre ha estado oculto aquí mismo, en la mansión; además, alguien, posiblemente el doctor, preparó las sábanas y la colcha con un tinte rosado que imitaba la sangre, todo para hacernos creer que el lord ya estaba muerto y por eso se quedó un poco más mientras los otros esperaban fuera y por eso pudo jurar tan categóricamnete que el lord estaba con vida cuando los tres abandonaron la estancia, porque era verdad; 

4) Cuando la sra. Hutchinson subió con el segundo té (imagino que estaría también envenenado y habría rematado al lord), encontró la colcha llena de la falsa sangre, tal y como los otros lo habían dispuesto; 

5) Dio la voz de alarma y aquí empezó el segundo crimen: al quedarse solo con el lord, ahora sí que el médico tuvo todo el tiempo del mundo para asestarle las tres puñaladas (fíjense que fueron tres y no dos, como forma simbólica de decirnos que el crimen fue cosa de tres personas; con una, ya se habría desangrado y muerto); 

6) Por supuesto, la piedra ya no estaba en la caja, pues la habían sustraído antes, y a los ojos de la policía parecería un crimen imposible: los tres, sobrino, médico y abogado, se daban unos a otros la coartada en el asesinato y en el robo, y los tres iban a obtener beneficios: el sobrino, inductor de este crimen y cerebro del mismo, lograría parte de la fortuna, que ya sabría menor de lo esperado, porque el abogado se lo habría dicho (ese fue su móvil también, la venganza por el cambio de testamento de su tío el lord); el médico, sin móvil aparente, sería premiado con dinero, por ser el matarife, digámoslo así, y quien más se jugaba al dejar sus huellas y todos los rastros en su contra (sólo nos queda saber con qué instrumento apuñaló al lord y dónde lo ocultó, pero a los interrogadores policiales no les será difícil sonsacar al ‘buen’ doctor); 

y 7) Por último, se benefició el abogado, que iba a poseer el diamante Pedruskow. Todos se arriesgaban mucho, pero todos ganaban si el asesinato y el robo quedaban sin solución”.

Mientras Holmes daba su solución del caso, observé cómo se removían los implicados: el doctor se mordía el bigote; las manos del sobrino jugueteaban nerviosamente con un cigarrillo; el abogado no cesaba de carraspear, ansioso por meter baza y excusarse. Lestrade, también inquieto (sin duda, la solución de Holmes era mejor que cualquiera que él pudiera ofrecer), vociferó:

-¡Agentes (dijo a sus hombres), detengan a los tres hombres bajo la acusación de asesinato y robo! Llévenlos a la comisaría central de Surrey. Allí les harán la ficha policial y les tomarán declaración… Todo eso está muy bien, Holmes, y parece que su solución explica el caso perfectamente...
-Estoy seguro –dijo Holmes– de que su solución era más poética.
-Pero no ha dicho dónde demonios está el diamante Pedruskow.
-Ah, querido amigo, eso es fácil: está aquí mismo, en el salón. Recordará que preguntamos cuánto podía valer y cuánto pesaba. Y recordará que les alabé la exquista decoración del salón: ¿dónde, de este gran salón, esconderían ustedes una piedra similar sin que llamase la atención?
Ni Lestrade ni yo supimos darle respuesta. Ante nuestro silencio, Holmes dijo:
-El mejor sitio, fuera de jarrones molestos e incómodos relojes que pueden ser limpiados o puestos en hora (con lo que se habría descubierto el diamante), es sin duda una de estas lámparas estilo araña: están llenas de pequeñas piedrecitas que parecen diamantes. Vean la lámpara del centro…
-¡Es verdad! –grité yo, fijando mis ojos en la lámpara– Está inclinada hacia un lado, sin duda por el peso del diamante.
Holmes se subió a una silla, alargó el brazo y rescató el diamante Pedruskow de entre los otros falsos y diminutos diamantes.
-…Et voilà! He aquí el diamante Pedruskow, donde siempre estuvo: es casi seguro que, mientras el médico apuñalaba al lord, los otros, con la agitación de la casa, aprovecharon un momento de soledad en el salón para colocar aquí la piedra, a la espera de que todo se calmase y recuperar la joya.
Lestrade se largó con la piedra bajo su custodia y la promesa de compartir la recompensa. Holmes y yo fuimos camino de la estación de tren, porque ya nada teníamos que hacer en Moresby Mansion.
-No fue un poco petulante por su parte el decir –le dije a Holmes por el camino –que el caso estaba medio resuelto con solo el indicio de que la señora ama de llaves no había traspado el umbral del cuarto: aún no sabíamos lo del pañuelo con manchas de tinta o lo del té envenenado o lo de…
-Tal vez tenga razón, Watson, en que me precipité un poco, lo admito. Pero tenía razón y piense que lo hice para ver la cara de total idiotismo y perplejidad de Lestrade. Ese detalle, creo, vale casi tanto como el diamante, ¿no le parece?
   

FIN DE
“LA AVENTURA DEL
DIAMANTE PEDRUSKOW”.
 



domingo, 22 de noviembre de 2009

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (7)



LA AVENTURA 
DEL DIAMANTE 
PEDRUSKOW
(VII) 
[Dedicado a Sir Lance] 




XIII


Holmes pidió que compareciese la señora Hutchinson, la cual, para abreviarles a ustedes la narración, declaró que es cierto que le sirvió un té antes de que comenzase la tragedia, y que en él alguien pudo poner o una narcótico o un veneno, pero ella aseguraba no tener arte ni parte en aquella atrocidad. 
Fuera veneno, droga o dolor auténtico, eso provocó que la señora Hutchinson tuviera que llamar al médico. El segundo té ya no pudo tomarlo. El ama de llaves y cocinera vio horrorizada la colcha ensangrentada, tiró el té y no pudo ni siquiera atravesar el umbral de la habitación, punto que Holmes remarcó y que consideraba esencial en el caso, como luego se demostró. Una vez que la señora Hutchinson se fue, Lestrade miró a Holmes como quien espera el resultado de unos análisis médicos. Yo, por mi parte, le observé también y le dije, lleno de dudas:
-Amigo Holmes, ya no sé qué pensar. Parece que la señora Hutchinson no pudo matar al lord, aunque no imagino qué motivos podría tener para ello. No entiendo su reiterada insistencia en el detalle de que ella no entrase en la habitación del difunto, como no sea para exculparla.
-Ya lo entenderá, querido Watson. A su debido tiempo. Ahora estoy un poco cansado, pero me quedan fuerzas para hacer lo último que debemos hacer. Y son dos cosas: examinar el cadáver y el maletín del doctor Hopkins. Con ello y, si encuentro lo que espero, casi podremos dar el caso por cerrado.
-Pero, pero… -balbuceó Lestrade- si aún falta descubrir el diamante y…
-Oh, amigo Lestrade. El diamante está localizado. Desde que llegamos aquí sé dónde está el diamante. Ya les dije que me encanta la decoración del salón principal y me sigue gustando.
-¡¿Quiere decir –exclamó Lestrade– que el diamante está aún en Moresby Mansion, que no ha salido de aquí!? Pero si mis hombres lo han registrado de arriba abajo y no ha aparecido nada.
-Eso es porque no saben mirar donde deberían, Lestrade. Vayamos, pues, a examinar el cadáver y el maletín del buen doctor.
-¿Espera usted encontrar en él el arma del crimen? –pregunté.
-Ojalá, pero me temo que no. Espero encontrar el simulacro del crimen…
Fuimos a la capilla ardiente donde yacía el cadáver de lord Godofredo. Estaba tan pálido como la cera. Holmes examinó a conciencia las heridas producidas por las puñaladas. Tras un análisis de la piel, algo azulosa; las pupilas, un tanto dilatadas; y las uñas, también azulosas, del difunto lord, mi amigo dictaminó que era muy posible que hubiera sido drogado o envenenado antes de ser salvajemente asesinado. Lejos de aclararse, el asunto se oscurecía más y más. ¿Acaso intentaron matarlo de diversas formas? ¿Por qué envenenarlo y luego apuñalarle? Yo no salía de mi asombro. Gracias a la autoridad de Lestrade, nos hicimos con el maletín de Hopkins. No había rastro de cuchillos o armas que hubieran podido ser usadas en el crimen, pero Holmes halló algo que le puso de un humor excelente: unas gotas de una tintura rosada en uno de los pañuelos del doctor le hizo sonreír como un niño.
-Señores: ¡el caso está resuelto! Déjenme esta noche para reflexionar sobre todas las piezas del puzzle y mañana, tras la lectura del testamento, les revelaré a todos la solución del misterio.
Lestrade y yo nos miramos, atónitos, llenos de perplejidad. Ni él ni yo podíamos dar crédito de la seguridad de Holmes y de su insultante capacidad deductiva. No nos quedaba más que ir a comer, dejar que pasasen las horas hasta el día siguiente, y meditar sobre el caso, uno de los más singulares de la carrera de mi amigo Holmes, el cual, como se leerá muy pronto, lo resolvió, coronando con él una de sus más sensacionales aventuras.

XIV

La noche anterior a la lectura del testamento de lord Godofredo Moresby y a la resolución del enigma por parte de mi amigo Sherlock Holmes, yo no podía dormir, así que me puse el batín, me calcé las pantuflas y salí.
Todo en Moresby Mansion estaba en calma. En el cuarto contiguo al mío oí los ronquidos de Lestrade. En el de Holmes, silencio. Ni siquiera se veía luz tras la rendija de la puerta (mi amigo suele pasarse las horas leyendo o meditando y es capaz de aguantar mucho tiempo sin dormir). En fin, bajé para ver si podía tomar un vaso de leche. Al acercarme a la cocina oí un ruido extraño. Provenía de la despensa. Detecté la presencia de una sombra, tal vez fuera un mendigo de los alrededores que andaba a la caza de comida. Con todo sigilo, me aproximé, cogí un rodillo de amasar, lo alcé y…
-¡Quieto, Watson! –me detuvo una atronadora voz, sujetándome el brazo.
-¡Holmes! ¡Es usted! –grité, casi sin resuello.
-Sí, y por poco dejo de ser yo mismo bajo el peso de su justicia.
-Pero ¿qué hace aquí a las tres de la mañana? Déjeme deducirlo: igual que yo, no puede usted dormir por la excitación del caso, ¿verdad?
-Siento defraudarle: ya he echado un sueñecito. Buscaba el bote del té de…
-Yo también me tomaré uno.
-No se lo aconsejo. Éste, por lo que puedo colegir, contiene restos de algún tipo de veneno. Para identificarlo necesitaría mi equipo, pero basta con oler el bote para saber que no sólo contiene té.
-Eso es muy peligroso. Alguien más podría ser envenenado sin querer…
-No, según tengo entendido. Este bote es especial: contiene el té favorito del lord, un Earl Grey de bastante calidad. Nadie más que él toma esta infusión.
-¿Cómo lo sabe? ¿Lo ha deducido por alguna pista en el bote?
-No, hombre. Antes de irme a dormir se lo pregunté a la señora Hutchinson. Y va siendo hora de que usted y yo volvamos a nuestro cuarto. Si quiere un té, espere a mañana, que hay otros botes. La leche está ahí. Y también hay bizcochos borrachos, y frutas de Aragón…
-Gracias, prefiero la leche.
-Pues vaya leche… -susurró Holmes.
Tomé mi vasito, acompañé a Holmes a su cuarto y ambos nos fuimos a dormir, que mañana teníamos mucho que trajinar.




TO BE CONTINUED 
(CONTINUARÁ…)

Y ya queda poco: ésta es la penúltima entrada antes de que Holmes, Watson y Lestrade descubran el misterio del diamante Pedruskow...


miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (6)


LA 
AVENTURA 
DEL 
DIAMANTE 
PEDRUSKOW 
(VI) 


[Dedicado a Sir Lance]

XI
El doctor Rodolfo Hopkins era un hombre de unos cincuenta años, calvo y exquisitamente afeitado, que ocultaba unos ojillos azul intenso detrás de unas gafitas de color ahumado. Pasó el Dr. Hopkins a la salita de interrogatorios y Holmes le ofreció el mismo asiento que antes había ocupado el sobrino del difunto Lord Moresby-Passington.
-Tengo unas cuantas preguntas que hacerle, Dr. Hopkins… Primera: ¿tenía Lord Godofredo una buena salud o padecía de algún mal?
-A la edad de un hombre como Moresby –respondió el médico, con voz algo ronquilla–, el más leve catarro puede ser fatal. Estaba enfermo del corazón y tenía achaques en los huesos, pero en general todavía se manejaba bien.
Holmes miró al techo, exhaló humo de su pipa y siguió la encuesta:
-Las puñaladas que recibió el cuerpo del lord, ¿le causaron la muerte o hubo algún elemento más implicado en su asesinato?
-¿Por qué lo dice? Está claro que murió desangrado, a consecuencia de las puñaladas que recibió… -el doctor parecía indignado.
-Lo digo porque huelo el característico tufillo a somnífero. Me da que alguien pudo drogar a lord Moresby antes de acercarse a su lecho, con premeditación y alevosía, y coserlo a cuchillazos. ¿No es cierto, además, que usted vino a la mansión porque al lord le dolía mucho el estómago? No ha dicho nada de eso ahora, querido Hopkins…
-Es cierto –replicó el doctor, después de carraspear, incómodo– que le dolía mucho el estómago. Es cierto también que estaba más adormilado de lo usual en él, pero no veo quién pudo drogarle, como no fuera el ama de llaves, la señora Hutchinson, cuando se le sirvió el té…
-Drogado o envenenado, tal vez. El té pudo disimular el sabor tanto de un veneno, tipo arsénico, como de un somnífero, como el veronal, ¿no es así?
-En efecto, así es. El té disimularía el sabor de un elemento extraño. Pero no veo por qué envenenarle primero y apuñalarle después, señor Holmes…
-Déjeme a mí las deducciones. Otra cosa más: Moresby-Jones, el sobrino del lord, asegura que usted se quedó un poco más de tiempo la última vez que vieron vivo al lord. ¿Es eso cierto?
-Lo es. Me quedé a acomodarle un poco y a dejar que descansara. Pero no tardé ni un minuto en salir detrás de ellos. ¿No sugerirá usted que en ese breve tiempo maté a lord Moresby?
Lestrade y yo miramos a Holmes. Éste guardó silencio unos segundos.
-Para asestarle unas puñaladas bastan unos pocos segundos. La verdad es que usted tuvo tiempo de sobra para asesinarle, pero en esa clara posibilidad se interpone algo y es su falta de móvil: usted ni codiciaba el diamante, como el abogado Wardroper, ni ansiaba el dinero del lord, como su sobrino.
-¡Yo le aseguro, señor Holmes –aquí la voz del Dr. Hopkins no tembló ni un instante y sonó como un trueno en la habitación–, por mi honor de caballero, que lord Moresby estaba vivo cuando le dejamos descansar…!
-Le creo, doctor. Aunque para mis amigos, su colega el Dr. Watson y el señor Lestrade, de Scotland Yard, es usted uno de los principales sospechosos. ¿Es posible que aún podamos examinar el cadáver, verdad?
-Está en una sala de la mansión, en la capilla ardiente. Pueden pasar a echarle un vistazo cuando gusten –aseveró el doctor Hopkins. Dicho lo cual, Holmes le rogó que dejase su puesto y que pasara el abogado Wardroper.

XII
Entre tanto, Lestrade y yo volvimos a discutir. Para mí estaba claro que el médico era el culpable, aunque la sugerencia de Holmes de que le faltaba un móvil claro había conseguido sembrar de dudas mi mente. Al poco rato pasó a la salita el abogado. Era un hombre alto, delgado y distinguido, de mucho porte y maneras elegantes. Lucía en el dedo meñique de su mano derecha un lujoso anillo de oro con una pequeña piedra azul incrustada. Era evidente que le gustaban las joyas. Éste, al menos, tenía un móvil definido: robar el famoso diamante Pedruskow. Holmes le hizo unas cuantas preguntas:
-Mañana se abre el testamento del lord, ¿no es así?
-Ciertamente, querido amigo.
-Ya sé que no puede usted revelarnos nada de su contenido, pero sí tengo una curiosidad, que seguramente podrá disiparme: ¿cambió el lord su testamento?
El abogado estaba sorprendido. Miró a Holmes de hito en hito y respondió:
-Me asombra que me lo pregunte. Sí, es cierto. Lo cambió dos veces. Una hace varios años. La segunda, el mes pasado. Por supuesto, no puedo decirle nada más, pero sí es verdad que hizo unos cambios en su última voluntad.
-Otra cosa. Cuando usted y el sobrino salieron del cuarto, mientras el doctor estaba dentro, ¿podía usted ver desde fuera lo que hacía el médico?
-No, porque la puerta estaba entornada y nos tapaba la visión.
-¿Cree usted que el médico pudo asesinar al lord en ese intervalo de tiempo?
-Es posible. No se tarda mucho en asestar unas cuantas puñaladas, pero a mi modo de ver existe el problema de los gritos. Seguro que el lord habría gritado o, al menos, habríamos oído algún quejido o gemido. No se oyó nada. En un minuto, el doctor Hopkins estuvo con nosotros y todo parecía en calma.
-¿Cuánto vale el diamante Pedruskow?
-Vaya cambio de tema, señor Holmes… –Wardroper estaba intranquilo–. No es fácil de decir con exactitud. Millones, seguro, pero eso depende de algunas circunstancias. Su valor en el mercado puede ser de varios millones de libras, pero habría que hablar con un perista.
-Usted es amante de las joyas. ¿Le gustaría poseer el diamante?
-No puedo negarlo. Es una joya excepcional, pero no mancharía mis manos de sangre por un diamante así, aunque sea una roca rusa valiosísima.
-Según usted –Holmes seguía fumando y mirando al techo, como si sólo quisiera oír las palabras de sus interlocutores– ¿quién y cuándo pudieron robar el diamante?
-El cuándo –aseguró el abogado– lo ignoro, y el quién es indefinido: cualquier persona con apuros financieros o la necesidad de obtener dinero fácil habría podido robarlo. Me figuro que el asesino es también el ladrón de la joya, pero ésta estuvo en el cuarto del lord durante nuestras visitas y sólo la echamos en falta después.
-Cuando usted se llevó de la habitación del lord la caja de cuadales con el diamante, ¿la tuvo siempre bajo su custodia?
-Por supuesto. En ese intervalo nadie, salvo yo mismo, estuvo cerca de la caja. Lo que implica que robaron la joya antes. O sea, que la caja que yo saqué del cuarto ya estaba vacía…
-Eso es todo, señor Wardroper.
El abogado salió y en su cara pudimos ver una elegante indiferencia, como si estuviera por encima del bien y del mal. 

Apreciados lectores:

¿SABEN -o intuyen- QUIÉN ASESINÓ a Lord Moresby? 

¿Y Quién robó EL DIAMANTE PEDRUSKOW? 


Queda poco para que termine esta NUEVA AVENTURA DE HOLMES Y WATSON. 

Hagan llegar sus opiniones sobre el caso a este Blog. Se las remitiremos a nuestros amigos de SCOTLAND YARD...



[En breve, CONTINUARÁ esta apasionante y delirante aventura...]


CHISPAZOS OTOÑALES

Tras el cambio de hora al llamado "horario de invierno" y con la vista puesta en la nueva edición de las Elecciones Generales en ...