DANIELA

DANIELA

Daniela, con los ojos cerrados, contuvo la respiración y, decidida (al menos en algo estaba decidida), abrió el libro de tapas azules ya gastadas. Era la tercera vez que ejecutaba ese ritual en el transcurso de aquella tarde de primavera. Cuando abrió los ojos, su mirada fue a posarse en estas palabras:

"Y ahora una voz rota, abriéndose paso desde un disco gastado, proponiendo sin saberlo la vieja invitación renacentista, la vieja tristeza anacreóntica, un carpe diem Chicago 1929.

You so beautiful but you gotta die some day, You so beautiful but you gotta die some day, All I want's a little lovin' before you pass away.

De cuando en cuando ocurría que las palabras de los muertos coincidían con lo que estaban pensando los vivos..."

Daniela esbozó una sonrisa azul, como las tapas del libro. Lo cerró amorosamente y dejó volar sus pensamientos, hasta descender al momento donde comenzó todo, el instante preciso en que el escenario de su vida cambió de color, del rutinario gris de cada día al prometedor e inusitado arcoiris de la futura noche.

Daniela era una chica adolescente, de melena larga, rubia, ensortijada. Sus ojos verde esmeralda brillaban con una secreta luminiscencia tras de la cual se escondía un misterio impenetrable, agazapado como un gato. Daniela era alta, espigada, de piel pálida y pómulos sonrojados. Su boca era pequeña, casi diminuta, con dientes de nácar y filo algo picudo. Sus manos, grandes, con largos dedos de artista. Era una chica generalmente tímida, a veces taciturna, a veces efusiva. Guardaba su voz del griterío escolar y, a diferencia de la mayoría de sus compañeros de instituto, no andaba perdiendo el tiempo de clase en charlas sin sentido.

Daniela acudía al instituto todas las mañanas y, para muchos de los chicos de su clase, resultaba un poco extravagante, pero ni ellos la despreciaban ni ella se sentía ajena en aquel grupo. Tenía sus amigas, en especial Andrea; seguía atentamente las conversaciones de la gente durante el tiempo de recreo; seguía aún más atentamente las palabras de los profesores, aunque estas fueran a ratos libre expresión de felices ideas y otros ratos, salmodia interminable, monótona y cansina de nombres, fechas, cuadros esquemáticos y números infinitos. Era una estudiante ejemplar, no sólo por trabajadora, sino por su dulce y educada forma de realizar las preguntas cuando había algo que no entendía. ¿Quién hubiera dicho que Daniela, con todo, era una chica triste y melancólica?

A Daniela, tan modosita y callada en el instituto, le gustaba la música, sobre todo el heavy metal, con toda su estética agresiva. A Daniela le gustaba dar largos paseos las tardes de domingo; algún sábado, entre libros y compromisos familiares, quedaba con Andrea y alguna que otra amiga. A Daniela le encantaba leer, devoraba páginas y páginas de libros, de diferentes temas, géneros y autores, aunque su preferido era Julio Cortázar. Por eso, Daniela, a la que le encantaban los animales domésticos, tenía un gato al que bautizó con el sonoro y cortazariano nombre de "Cronopio". En las lluviosas tardes de estudio, en las grises tardes de trabajo, siempre reservaba unos minutos para acariciar el lomo suave, de color atigrado, de "Cronopio". Pero en esa Arcadia de aparente armonía y mansedumbre, Daniela no era feliz.

A Daniela le faltaba algo, un algo inexplicable y, sin embargo, tan humano y tan
propio de su edad que ella misma no se había dado cuenta. No se dio cuenta hasta aquella tarde de primavera. Daniela tenía una costumbre, tal vez estrambótica, tal vez inusual, o no, que consistía en tomar entre sus manos su libro de cabecera (la novela Rayuela, de Cortázar), que ya había leído varias veces, para ejecutar el raro ritual que tanto la iluminaba en momentos de incertidumbre o tristeza. Cerraba los ojos, formulaba en su mente una pregunta, abría el volumen y señalaba al azar con sus largos dedos una página, una línea, unas palabras que luego leía como respuesta a sus dilemas. Daniela, a pesar de haber sido educada en el credo cristiano, no era muy religiosa (algún atisbo de fe poseía, sin embargo), pero su Biblia era Rayuela, su Biblia laica, aquella laberíntica y mágica enciclopedia de la cultura moderna.

Daniela ya había realizado por dos veces aquel ritual develador de sus afanes. Estaba un poco triste, un tanto indecisa porque no sabía cómo reaccionar ante un reciente acontecimiento que había cambiado su forma de ver las cosas. Las dos primeras veces el libro de Cortázar no le manifestó ninguna respuesta significativa, es decir, que fuera al caso de lo que en aquel momento la acongojaba. Eran palabras bellas, originales, hermosas, pero no le servían para salir de dudas. Así pues, por tercera vez abrió el libro de tapas azules ya gastadas y, refulgente, inspirador, decisivo, surgió el fragmento de Cortázar.

Ahora estaba todo más claro. Ahora, gracias a Cortázar, ya sabía lo que debía hacer. Carpe diem. Aprovecharía el momento. "Sí", pensó esbozando una sonrisa azul, como las tapas del libro. "Mañana le diré a Pablo que acepto encantada. Sí, Pablo, podemos quedar para salir el viernes por la noche".

Había cambiado su melancólico sosiego por la inesperada cita, su primera cita, con un chico del instituto. H
abía cambiado el escenario de su vida, del rutinario gris de cada día al prometedor e inusitado arcoiris de la futura noche. En sus piernas sintió un tierno cosquilleo: el lomo de "Cronopio" frotándose con la tela de sus pantalones. Daniela era feliz.


* * * [NOTA: Este relato me ha sido inspirado por una deliciosa conversación que he tenido hoy mismo con alguien cuyo nombre no puedo revelar aquí. El personaje de Daniela está basado en esa persona y en las palabras que hemos intercambiado.

Como también trata, de algún modo, de Julio Cortázar, quisiera dedicar este relato a Ruth, amiga bloguera de Argentina que ha tenido a bien poner algunos amables comentarios aquí mismo. Os invito a leer su magnífico blog, Los papeles de Ruth, que está en mi lista de blogs y en el que podréis encontrar muy bellos poemas y relatos. Amiga Ruth, con este cuentecillo -ojalá te guste- te envío un afectuoso saludo para ti, desde España hasta Argentina. Besos. Hasta pronto, amigos]

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
-hola amigo, a mi herman le han encantado asl fotos, se las envié por email, aunque la de Ponce se la puse en facebook. Esa y la de "el diablo se voiste de prad" le han encantado!!!!!!!!.
Muchas gracias, también por este delicioso relato.
Francis Nicolás ha dicho que…
No está mal Cortázar y ¡qué cabeza la de los argentinos!

Y le gusta el Heavy...

Sig.. El escritor y sus fantasmas de otro argentinito... Ché...¡qué recuerdos!

Un abrazo, milord.. buena prosa... sha se lo dihe gashego..
buggy ha dicho que…
Hola GKCh,
nos regalas un bonito relato. O nos relatas un bonito regalo.

¡Qué bonita es la primera cita! ¡Qué nervios!

¿Cortázar? No me suena haber leído nada suyo...
Un abrazo
Ruth ha dicho que…
Acabo de leer tu relato... y me pareció hermoso! Quedé encantada desde el primer párrafo por el ritmo de las palabras, mucho antes de llegar a la nota que ciertamente te agradezco. Vuelven los saludos de Argentina a España!
Anónimo ha dicho que…
Hola GKCh,
Me ha gustado mucho tu relato. Me ha resultado sumamente agradable su lectura. Muy chulo!
Dos besos!
PD. Sigo avanzando... Ya te contaré! ;)
El relato es de una lectura muy apacible, agradable y ha conseguido que a estas horas de la mañana que comienzan a aflorar los nervios del día, me sirva de relax y de asueto.
Un saludo, buen amigo y ahora me voy a visitar a Ruth.
Vengo a darte las gracias por tu afectuoso comentario en mi blog y por haber recogido dos premios de los que estoy completamente seguro, eres merecedor.
Tu amistad me gratifica.
Un abrazo.

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