domingo, 15 de noviembre de 2009

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (1)


LA AVENTURA DEL DIAMANTE PEDRUSKOW (I) [Dedicado a mi amigo Sir Lance]

Muchas fueron las aventuras que el Dr. John H. Watson no pudo o no quiso contar de su amigo Sherlock Holmes, el mejor detective del mundo. Pero que el buen doctor no las revelara al público en su momento no quiere decir que no existieran. Y, así, las escribió y las guardó en su archivo para disfrute y regocijo de sus nietos y de las generaciones del futuro. Nosotros hemos podido tener acceso a esos archivos hasta ahora secretos y aquí os iremos ofreciendo algunas de aquellas desconocidas aventuras de Holmes y Watson.


I
Hacía varios meses que no tenía veía a mi querido Holmes. Había tenido noticias suyas por la prensa. Sus últimos casos (la resolución del asesinato de Lord Camilo Richardson Mochales, o la captura de Scapini, el famoso ladrón de enaguas) estaban en boca de toda la ciudad de Londres, que por aquel entonces no tenía mucho que echarse a la boca, y su infatigable y denodada lucha contra el crimen era la comidilla de todo el continente europeo, que tampoco tenía mucha comidilla que llevarse a la boca.
Una mañana de marzo, a eso de las doce o’clock, mientras estaba auscultando a un paciente aquejado de escorbuto craneoencefálico, mi ayudante, la señorita Honoria Hoganson, entró en mi consulta con la cara demudada.
-¡Doctor Watson, hay un hombre que insiste en verle ahora mismo!
-¿Una urgencia? –repliqué sin pestañear.
-No. Según él, es cosa de vida o muerte pero se ha negado a decirme nada más. Se niega a hablar con nadie más que con usted.
-Oiga, ¿y mi escorbuto? –se quejó mi paciente.
-Querido amigo, no tiene usted nada... Además, ya he acabado de reconocerle. Tómese estas pastillas –garrapateé una notas en un papel– y vuelva a verme el mes que viene.
-¿Y si no vuelvo…? –maulló el paciente.
-Entonces es que se habrá usted curado completamente.
-O que me habré muerto… Y ¿no decía usted que no tengo nada? –susurró, mientras salía por la puerta de mi consulta.
-Sí, eso he dicho: que no tiene usted nada que hacer. –Justo cuando se cerraba la puerta me pareció oír una ristra de imprecaciones y palabrotas.



II
Al instante entró el desconocido que tanto ansiaba verme. Era un hombre alto, fornido, de unos cincuenta años. Su cuerpo tenía la forma de un tonel y lucía una enorme barba grisácea. Se quitó el sombrero, me saludó y con inconfundible acento irlandés y la voz ronca dijo:
-Doctor Watson, estoy muy apurado. Sé que usted es amigo del señor Holmes y no me atrevía a acudir a él. Necesito que me ayude…
Le invité a sentarse y traté de calmarle:
-Con gusto le ayudaré en cuanto me sea posible, pero necesitaría que me explicase cuál es el problema –también me senté y adopté la misma posición reconcentrada que mi amigo Holmes, imitando esa costumbre suya de unir las yemas de los dedos en actitud reflexiva y atenta.
Aguardaba impaciente el relato del desconocido, cuando éste sóltó:
-Me parece que hace muchos meses que no ve usted al señor Holmes…
-¡Diantre! –exclamé, retrepándome en el asiento– ¿Cómo lo sabe?
En ese momento, mi visitante se levantó y gritó:
-¡Porque soy Sherlock Holmes! –mientras se desembarazaba de la barba y se quitaba el abrigo que escondía un grueso cojín.


III
No podía dar crédito a mis ojos. El hombre de cuerpo de tonel y barba gris se había transformado en mi amigo (o viceversa) en menos que se santigua un cura loco. Holmes no cesaba de reír a carcajadas y yo estuve un rato sin habla, absolutamente perplejo, hasta que me decidí a preguntarle:
-¿Por qué me ha gastado esta broma, hombre?
-Resultado de mi último caso, querido doctor: la captura de Scapini, el ladrón de enaguas de lujo. Era un antiguo compañero mío del colegio y, como me conoce de sobra, la única forma de apresarle era con este disfraz de fetichista irlandés. ¿A que le engañado completamente con mi acento?
Asentí, entre sorprendido y enfadado. Aquellas bromas de Holmes ya eran costumbre en él. Siempre conseguía tomarme el pelo. Recuerdo cuando se disfrazó de marquesa austriaca para detener a un peligroso falsificador de pelucas de juez: cuando terminó el caso, me invitó a bailar hasta altas horas de la madrugada y luego tuve una bronca morrocotuda con mi esposa, por adúltero, en tentativa, hasta que se descubrió la broma y me gané otra bronca más de mi mujer, por imbécil, en definitiva.
-Me alegro de verle, Holmes, pero otra vez tenga cuidado, que va a espantar a mi ya escasa clientela…
-Le traigo noticias que solucionarán sus problemas financieros: lea esto.
Me puso ante los ojos un ejemplar del London Morning Panfleting, en el cual leí:


-“SE VENDE BRAGUERO. Razón: Lord Archibald Sánchez”. ¿Y esto a mí que me importa? ¿Es que piensa usted que me haga falta?
-¡Eso no, Watson! Lea más abajo, ahí, entre las esquelas y el resultado de los partidos de fútbol… -Unas líneas más abajo, en gruesas letras, se leía:


“TRAGEDIA EN KINGSTON: LORD GODOFREDO MORESBY PASSINGTON, ASESINADO, Y SU MÁS VALIOSA POSESIÓN, EL DIAMANTE PEDRUSKOW, DESAPARECIDO.


Kingston, Condado de Surrey. Informa: Margarito Smith.


A las once de la pasada noche fue descubierto en su cuarto, salvajemente apuñalado, el cadáver de Lord Godofredo Moresby Passington, reconocido aristócrata, caballero del Imperio Británico y miembro de la Orden de la Chatarrera, Medalla de Oro, Masón a tiempo parcial, Grado Primero de la Masonería, según el rito escocés canónico y reconocido. Lord Godofredo era viudo y ha muerto a la edad de setenta y dos años. Le encontró muerto la señora Gaspara Hutchinson, el ama de llaves: “Ya ves, el susto que me di, ya ves. Mi pobre amo, más pálido que la cera y con la colcha llena de sangre. Ahora tendré que poner otra lavadora…” En Moresby Mansion, la casa del Lord, todos están consternados. El equipo de Scotland Yard, capitaneado por el  Inspector Lestrade, de Londres, todavía no cuenta con ninguna pista ni hay vislumbres que puedan poner luz en este asunto tan misterioso y tan trágico. Lo único que está claro es el móvil: sea quien sea el asesino (o asesinos), es evidente que cometieron su crimen para robarle el famoso diamante Pedruskow, valorado en más de dos millones de libras esterlinas (de las de antes). El diamante Pedruskow fue adquirido por Lord Godofredo en uno de sus frecuentes viajes por el mundo. Según se dice, lo compró a un buhonero en la Feria de Antigüedades y Bizarrías de Moscú, pues la valiosísima joya es más rusa que los zares (los de antes). Nadie sabe nada, pero todo el mundo habla sin saber, porque bla, bla, bla, bla…”


No pude continuar leyendo. No hizo falta que mi amigo Holmes dijera nada. Nos miramos y enseguida comprendí que reclamaba mi ayuda para afrontar una de nuestras aventuras. Le pedí a Holmes que me diera tiempo a arreglar algunos asuntillos pendientes en mi consulta, a despedirme de mi mujer y de mis hijos y, cuando hube dejado todo solucionado, cogí mi maleta de piel de elefante, mi bombín, mi pipa y…
-No, Holmes, no me he olvidado del revólver.
-No esperaba menos de usted, mi querido doctor Watson. Vamos, pues. ¡A Surrey, amigo! ¡Comienza la caza!

CONTINUARÁ............






1 comentario:

Magicomundodecolores dijo...

jajaja!!!!!!!!!Buena entrada, triunfal, si se me permite. Sigan publicando los recuerdos del Dr. Watson que está muy bien escrito.
Saludos a los lectores de este blog magnífico.
¿Han visto algún trailer de la nueva peli sobre Holmes?.
Encantada de volver a leerles.

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