lunes, 23 de junio de 2008

EDGAR ALLAN POE (1): LOS CRÍMENES DE LA RUE MORGUE

Edgar Allan Poe (1809-1849) fue un romántico, un poeta, un soñador, un visionario. Creó mundos góticos, oníricos, horribles e inquietantes. Sufrió la angustia del escritor sin medios y vivió con una intensidad hoy casi inalcanzable. 

Fue un auténtico genio de la poesía y de la novela. Tal vez, el mejor escritor norteamericano del siglo XIX, o al menos el más leído durante generaciones. Se dice que experimentó con las drogas, que era alcohólico, mientras otros afirman que su cuerpo tenía intolerancia al alcohol y que murió asesinado en Baltimore, durante las elecciones, en las que fue embriagado para que votase varias veces por el candidato local. 

Mucho se ignora de su vida privada, y algunos se engolfan con el asunto del 'casi incesto pederasta' (me refiero al casamiento que hubo entre él y su prima de catorce años, Virginia Eliza Clemm), pero a nosotros sólo nos interesa su Literatura, en general, y en particular la que se refiere a lo policíaco.

Poe llamó a sus narraciones extraordinarias Cuentos de lo Grotesco y de lo Arabesco, que luego han recibido, en las sucesivas reediciones de su obra, varias denominaciones, como Cuentos de Horror y Misterio u otras parecidas. Algunos de ellos, como El corazón delator, El Barril de Amontillado, Un hombre entre la multitud, o novelitas cortas como la excelente historia del tesoro enterrado (El escarabajo de oro) o la maravillosa William Wilson (¿el asesino y el asesinado pueden ser una misma persona?), tienen trazas de relato policial, más en la conciencia torturada del criminal que en la aparición de un policía -sea profesional o aficionado. No son cuentos policiales, pero merecen citarse y, por supuesto, su lectura es recomendable y producirá un gozoso disfrute en los lectores más exigentes. No obstante, es en los tres cuentos que él mismo denominó bajo el calificativo de 'analíticos' donde mejor y más claramente podemos ver los balbuceos del género policial.

Los crímenes de la Rue Morgue (The Murders in the Rue Morgue) fue publicado en la Graham's Magazine en 1841. Trata de un horripilante crimen: dos mujeres, una anciana y una joven (como en Crimen y Castigo, por cierto) son halladas brutalmente asesinadas: una de ellas ha sido introducida en la chimenea, imagen espeluznante de un cuerpo empujado y aprisionado, que debemos imaginar lleno de heridas y del tizne del hollín.
 
El problema es que la puerta a la habitación del crimen está cerrada por dentro, como las ventanas, la chimenea taponada por uno de los cuerpos... En definitiva: ¿por dónde entró el asesino y cómo logró salir? Es lo que se ha llamado 'El problema del recinto cerrado', y desde entonces se ha convertido en uno de los esquemas básicos y más frecuentados por los escritores de la novela policial. El inglés Dickson Carr es, sin duda, el maestro de este tipo de narraciones policiales, aunque lo han usado otros autores.
 
Los personajes básicos que aparecen en esta narración son el detective profesional y el aficionado, que parecen enfrentarse a un duelo de ingenio para resolver el jeroglífico del crimen. El tercer hombre es el narrador, cuyo nombre, sin embargo, desconocemos. Ocurre la acción en Francia. Tenemos, pues, varios elementos importantes:
 
a) El detective profesional, el policía oficial, que es un hombre torpe, burocrático, falto de inteligencia pero pleno de presunción e ignorancia. En las novelas de Émile Gaboriau (las del detective Vidocq) y de Gaston Léroux (El Rouletabille de El misterio del cuarto amarillo, por cierto, otra novela con 'el problema del recinto cerrado') aparecen varios de estos policías incompetentes y presuntuosos, enemigos del detective aficionado, que se dejan llevar por la inercia de obsoletos métodos de trabajo y nada dejan para un momento de reflexión o de inspiración artística. Son seres prosaicos, rutinarios, ineptos.
 
b) El detective aficionado, en realidad es aquí casi un filósofo, un hombre cuyo oficio desconocemos (parece vivir de las rentas), pero apasionado de las matemáticas, el análisis científico y defensor del empirismo, es decir, de basarse en pruebas racionales para la resolución de los enigmas más intrincados. Se llama Charles Auguste Dupin, vive en el Faubourg Saint Germain de París y, según nos es descrito, hay que imaginarlo alto, calvo y con un intelecto agudo, perspicaz, rayando la genialidad, en suma. Dupin es un artista del razonamiento, un ajedrecista de la mente, o un hombre con mente de ajedrecista.

Dupin no es un hombre de acción. Todo lo contrario a Holmes. No se disfraza, como Vidocq o Arsène Lupin. No es atildado, como Poirot. No es simplón, como el Padre Brown. No es un duro, como Sam Spade. Es un hombre mental, reflexivo. Es puro intelecto: una máquina de pensar bien engrasada y dispuesta a cazar al criminal con una ecuación: al despejar la incógnita se revela la única verdad posible, la que ha escapado al torpe y burocrático oficial de la Policiá parisina. La verdad pura y dura, incontrovertible. La verdad casi matemática de que dos y dos son cuatro y no cinco, como quería encajar en nuestra mente el policía oficial.
 
c) El ayudante del detective que es, además, quien nos narra la historia. En las novelas policiales posteriores a Poe será una figura de enorme interés, siendo tal vez el Dr. Watson quien mejor encarna este personaje del amigo, escudero y biógrafo oficial del héroe detectivesco. Hay en el amigo de Dupin una mezcla de candidez y admiración sincera, de impresionable perplejidad ante las soluciones que propone su amigo el detective que le hacen ser una figura entrañable, muy simpática a ojos del lector, e incluso cómica.
 
A veces el compañero del detective no narra sus aventuras, como el Capitán Hastings de las novelas de Agatha Christie en las que aparece Poirot, pero siempre está ahí, a su lado y podrá ser torpe, cándido o ridículo, pero es absolutamente necesario por motivos narrativos: a alguien le debe contar Dupin sus ideas sobre el caso, ¿verdad?
 
Alguien sugirió que el personaje narrador es el propio Poe, que se inserta en la historia, al igual que hace en Los hechos en el caso del señor Valdemar, pero eso no está claro. Podemos imaginar que es Poe, un Poe en París, amigo de un extraño recolector de argumentos de la más alta finura científica, lógica y matemática, pero eso queda para la interpretación de cada uno de sus lectores.
 
No puedo revelaros nada sobre la solución de este enigma que nos plantea Poe. ¿Cómo entró el criminal? ¿Qué lengua hablaba? ¿Era francés o extranjero? ¿Cómo es posible que pudiera asesinar con tal brutalidad a dos mujeres indefensas? ¿A qué despiadado psicópata se le puede ocurrir introducir un cuerpo en una chimenea y por qué? ¿Cómo salió de la habitación y dejó puertas y ventanas cerradas tras de sí?

No puedo daros ni el más mínimo indicio, ni la más pequeña pista o dato porque rompería la magia de la historia y os enfadaríais conmigo. Debéis leer el cuento. Mal aficionado a la novela policial sería si os contara quién es el asesino en esta historia. Sólo puedo anticiparos que os sorprenderá de tal modo que desearéis leer los otros relatos 'analíticos' de Poe. De ellos hablaremos otro día, si os parece.

2 comentarios:

Don Cogito dijo...

Pues muy interesante!
Animo

Fran Capitán dijo...

Muchas gracias, don cógito.

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